Trozo a trozo, a mordiscos

Lo sentí. Nuestros caminos estaban predestinados a cruzarse, allí en la oscuridad, dónde nadie veía nada. Ni siquiera nosotros fuimos capaces de encender la linterna para observarnos. Algo que tú y yo quisimos a lo largo de tanto tiempo. El silencio, la oscuridad y el deseo. 
Allí, en medio de la incertidumbre. En medio del deseo y de estas ganas de todo. De querer comerse la vida trozo a trozo, a mordiscos. Comernos la vida cogidos de la mano, huyendo del odio y de la desesperación.
Deshaciendo tapujos e incoherencia, caer desatados en el misterio de esa sensación y sentir que uno tiene el valor de enfrentarse a esta pasión desenfrenada.
Olvidar que llevamos zapatos y pañuelo, el frío ya no existe.

Y es cierto. Cuando por primera vez vi aquel rostro, sentí que no hacía falta seguir preguntándome hasta cuándo sería capaz de esperar. Porque desde entonces, comprendí que te había estado buscando durante mucho tiempo.


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