En Junio, casualidades

Sabía perfectamente que lo único que tenía que hacer era tomar una decisión. Una decisión importante, tal vez la más grande que me había planteado. 
Era cambiar la rutina que me ahogaba, romper papeles viejos, anular todas aquellas palabras que me atormentaban cada noche en mi cama, cambiar el tono del despertador, meter en un cubo de agua fría cada uno de los planes en los que me había sometido por un absurdo intento de ser diferente. Era hacer todo eso o resignarme a ser una infeliz el resto de mi vida. 
Cambié por mi. Quise anular la fiera que llevaba dentro y quise pagar un billete de ida sin vuelta. Necesité cambiar todo aquello que intentaba hacer para conseguir una felicidad absurda. Absurda porque no se encuentra, se hace. 
Aplasté contra el suelo la amargura de aquellos días dónde sólo necesitaba un trozo de papel para entenderme a mi misma. Papeles dónde escondía mi dolor y mis ganas de lanzar contra el cielo todo lo que me hubiese gustado ser... Todo, absolutamente todo. Y moría de pena.
Necesité trazar con un permanente hacia dónde quería andar, dejar piedras por si no sabía el camino de vuelta. Y volver a empezar.

Tenía tan claro cuál era la meta que no fui capaz de pensarlo dos veces. Necesité sólo un golpe de suerte, un ruido espantoso que retumbó en mi mente aquella noche de junio para saber que necesitaba cambiar.

Y ahora... Ahora que es Junio, por casualidades de quién sabe cómo, me ha vuelto a suceder lo mismo.

Las mismas sensaciones, las mismas prisas por cambiar, la misma necesidad de volver a empezar.







No hay comentarios:

Publicar un comentario