Giros de tiovivo

Aquella muchacha se convirtió en una carta helada de posibilidades. En un desencuentro consigo misma dentro de un Universo desconocido. Se encontró a deshora con la impotencia y la rabia liberando una consecuencia aterradora. 
Aquella muchacha se sentó en un banco con giros de tiovivo y en un suelo con cuerdas de pozo. 
Se enfrentó a la incomprensión de los gritos enterrados, a los espacios rellenos de angustia y a los aplausos de despedidas frenéticas. 

Despedidas frenéticas que no hacían más que retumbar en la mente de aquellos que, con incoherencia decidieron hacer caso omiso a esos suelos con cuerdas de pozo, a los giros de tiovivo y a la incomprensión de los gritos encerrados. 

Así fue su primera bienvenida a la realidad, alejándose de las miradas ciegas que no quieren ver el mundo con los ojos bien abiertos.