Y vi a aquél anciano...




SI VAS A LEER ESTE TEXTO, LÉELO CON LA CANCIÓN DE FONDO...


A menudo lo pienso. Y es que me transmiten ternura, son capaces de despertar aquella sensibilidad que tanto olvidamos sacar a la luz.
Aprender de su aprendizaje y hablar con la mirada, justamente lo que tanto nos cuesta a las personas.
Pieles desgastadas que nos cuentan una vivencia, una palabra. Nos cuentan su vida.
Aquella sonrisa no forzada porque creen que han llegado hasta dónde debían vivir. Aquella mirada que nos transmite una pasión.
Aquellas palabras nostálgicas que me cuentan de sus noviazgos, de sus hijos, de sus nietos. Una vida repleta de historias inacabables.
La fuerza de sus andares, de sus piernas que siguen teniendo la energía necesaria para emprender un paso más en esta vida.
La competitividad que imponen en su vida por seguir siendo más de lo que eran, buscando sólo el reconocimiento de los que conviven con ellos. Buscando, quizás, un objetivo o una meta cercana.
Las miradas perdidas que me cuentan el cansancio acumulado, las penurias del pasado y las ganas que pusieron en conseguir su sueño más profundo.
Los abrazos físicos y los abrazos soñados con los ojos capaces de despertar ternura cualquier día del año. Las ganas que tienen por comunicar una historia aunque nada de lo que querían decir sea lo que han dicho. La felicidad que muestran cuando algo les va bien, cuando la vida por momentos les sonríe...
Adoro cuando una persona mayor me sonríe. Adoro cuando me sonríe porque entonces entiendo que yo también debo sonreir.

Quiero aprender de ellos. Porque ellos somos nosotros cuando queremos ser...

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