Ella estaba en un vagón del tren, ya no entendía nada, absolutamente nada. Le había estallado tantas veces la realidad en su cara que le dolía hasta al respirar.
Supo que no sería un camino de rosas, pero en cuanto supo que él estaba plantado en medio del universo, solo, llamando a los relámpagos y a las fuerzas universales para que le hicieran desaparecer, ella no tuvo más opción que bajar en una parada diferente en busca de quien tanto daño le había hecho. Movió cielo, mar y tierra. Saltaba los escalones de los subterráneos, daba golpes y codazos esquivando a la gente para llegar a tiempo y que él no se marchara. Sólo tenía dos direcciones dónde poder elegir, y optó por la que nunca se había planteado, pensó que igual se encontraría allí. Estuvo esperando una hora, la hora más agonizante de toda su vida. Lágrimas, música en mano y coches con su ruido que le atormentaban ese dolor de cabeza permanente desde hacía tanto tiempo. Era de película.
NO APARECIÓ
NO ESTABA
NO ENTRELAZARON MIRADAS
Sólo le quedaron fuerzas para levantarse de aquel banco dónde estuvo tanto rato esperando. Cogió el bolso, se puso bien la coleta e hizo una inspiración lenta. Sentía ese dolor intenso en el pecho... estaba notando como los bronquios cada vez se le hacían más pequeños y el aire ni entraba ni salía. La vida la estaba ahogando en su propio llanto.
GRITÓ: "Que paren el mundo, que esta vez me bajo aquí".
Volvió a casa escuchando esta canción:
"de las vueltas que da la tuerca, de los amores que son prisión"
¿Lo ves?
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