El actor no se suicida

El telón se le pegaba a la cara, los focos le tostaron la piel. ¡Ay! Si supierais lo que la música le hizo...

Alguien le mira a través de una mirada de búho mientras perfora el alma con un Shakespeare profundo. Y toma nota el director, con pluma y libreta de ante rojo. Terciopelo del que hace volar. 
El público despierta de la vida rutinaria y en el escenario hay alguien que despeja la tela de encima, saltando al vacío y desnudando un texto de Lorca. La música suena con un Vivaldi de Primavera y el foco ilumina la vida de los que aman las letras. 
Alguien suda en bambalinas, alguien sonríe en la butaca. Alguien camina en pleno silencio y su voz se hace eco en una sala repleta de miradas expectantes que dejan caer su aliento. Y mientras, esperan la primera palabra de alguien que se lanza al mundo regalando un trocito de talento. 
Silencio en la mirada, silencio en las orejas, silencio en la palabra, silencio en la sala. Y en el cuerpo. Y en el te quiero. Silencio en todo. Precipicio en plena escena, precipicio sin suicidio.
Y es que debían saber ustedes, que el actor no se suicida. Que vive de lo que mama y mama de lo que vive. Que respira escenarios y textos de antaño, que se lanza a continuos precipicios sin saber qué hay debajo. 

Y ustedes, los grandes espectadores expectantes como un público impaciente, sostenéis con fuerza los placeres que él ofrece sin que pida nada a cambio. 

Porque el actor no se suicida. El actor nace cada día.
Hay alguien que ama su trabajo. Hay alguien que ama las historias. Hay alguien que quiere ser amado. Porque ese alguien está lleno de amor y os aseguro que sólo quiere entregarlo. 

Porque el actor no se suicida. 
El actor nace cada día.

Mientras respiraban escenarios
                                


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