Lo peor de todo no fue la hostia que me di. Lo peor tampoco fue el naufragio a destiempo ni la desconfianza del barco a bordo de un grito de supervivencia. Lo peor no fue tu pataleta. Ni tu esfuerzo en vano para destruir algunos sueños.
Lo peor de todo no fue brindarte mi mano y acabar echándote el brazo a las espaldas. Ni tampoco regalar mi voz ni mi tiempo a voces que pedían a gritos salvavidas naranjas.
Lo peor tampoco fue la última ronda a carcajadas ni las lágrimas que se asemejaban a cocodrilos que se ahogaban.
Lo peor fue el dolor. El de pecho. El que se impregna en el corazón. El que te meten por la espalda, el que te clavan a destiempo. El que te pilla de sopetón y no comprendes.
Pero ahora sé que también hay algo peor:
Que alguien quiera ser tu reflejo y quiera convertirte en pólvora.
Lo que no saben es que conmigo, no.
Llevo chaleco antibalas y más de cien razones para que no me sangres con heridas.
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Fotografía de Sandra Roura |
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