Esfuerzo, horas internados e invernando juntos. Volver a repetir las mismas réplicas, las mismas miradas y las mismas escenas. Equivocarnos y aprender, impulsos para volver a levantarnos. Sudar, empaparnos. Desesperar, desesperarnos y continuar.
Cambios de última hora, volver al inicio y empezar de nuevo. Divertirnos, reírnos, llorar y arrancarnos los pelos.
Odiar nuestros movimientos, luego adorarlos y caminar por el vado invadido de cimiento que construye destinos deseados. Entusiasmo que recorre a nuestro lado y sentirnos exhaustos con el trabajo.
Taquicardias descontroladas, disfagia, oxigenamos nuestros cuerpos con el calor de un foco que nos da la seguridad para entender que estamos dónde elegimos estar.
Cerrar los ojos, amar lo que hacemos. Adaptarnos a la negación continua de ojos externos y agradecer palabras que nos hacen sentir amados.
Eso es lo que me da el Teatro, la contradicción constante. La contradicción que me mantiene viva todos los días de mi vida. Y me arriesgo a decir que, si se atrevieran a robarnos todo esto... nos robarían gran parte de nuestras almas.