Cierra los ojos. Te digo que cierres los ojos. Pero ciérralos bien, que nada distorsione más la visión. Ciérralos bien, sólo así podría contártelo.
Ahora visualiza, sólo visualiza. Míralo bien, ahí está tu deseo, entre tus párpados, bailando por tus pupilas y bombeando entre tus pestañas. Sigue manteniendo los ojos cerrados, aún no los abras. ¡Pero espera! No aprietes tan fuerte, la fuerza no va a hacer que lo visualices mejor. Con calma, deja que fluya. Ahí está, así sí. Mueve tu deseo y haz que se transforme en objetivo, en meta.
Y espera, no ambiciones el momento. No te hagas tantas preguntas y sigue manteniendo los ojos cerrados, y empieza por no creer lo que cuenten sobre las bombas explosivas y sobre los fracasos. No te lo creas, no es verdad. Tu fracaso no es su fracaso y tú deseo convertido en objetivo no es el mismo que el suyo. Tus ojos no son los otros ojos y la fuerza con la que aprietas es sumamente diferente a la de los demás.
Escucha, voy a contar hasta tres... Pero sólo ábrelos cuando sientas que es el momento. Con carrerilla, fuerza y vitalidad. Hazlo sólo cuando sientas que estás con la convicción segura de que no necesitarás volver a cerrarlos para llegar a palpar tu objetivo convertido en realidad.